22 de noviembre de 2024 8:23 AM

Ricardo Gil Otaiza: Borgeano por amor

Me gusta mucho contar esta historia, que es parte de mi historia personal y literaria, y es la referida a mi encuentro con el gran Jorge Luis Borges desde su portentosa obra, que me llevó a descubrirlo, a desvelar su narrativa, su ensayística y su poesía, a hacerme su fan indiscutible; su fiel y más devoto seguidor. Corre el año 1991, estoy recién casado con la mujer más maravillosa de la que me haya podido enamorar en mi vida, con quien llevo casi treinta y cinco años de matrimonio, es el Día del Amor y la Amistad, jueves 14 de febrero, nos hallamos en el pequeño Centro Comercial Glorias Patrias de la ciudad de Mérida, en el que tenía su sede la vieja y emblemática Librería Selecta, hoy lamentablemente desaparecida, y mi esposa y yo nos acercamos a la muy abastecida vidriera de las novedades. Y ella, que tanto me conoce, sabe en dónde están puestos mis ojos aunque lo disimule, me toma de una mano y entramos en el pequeño local. Sin pensarlo dos veces le dice a la dueña que “queremos saber el precio del libro que está en la exhibición”, y se lo señala. La atenta señora va hasta la vidriera de las novedades y saca el ejemplar, nos da el precio y a la vez nos alerta de que es el único ejemplar en existencia.

Se trataba de las Obras Completas (1923 – 1972) de Borges, editadas en 1974 por Emecé de la Argentina en un único tomo de 1161 páginas, pasta dura verde con sobrecubierta glasé del mismo color, en ella podíamos observar por contraste a un Borges mirando al infinito, con la boca semiabierta en la que se muestran los dientes de abajo, el labio inferior que sobresale y las arrugas del cuello (que revelan la avanzada edad del autor). Ya en el interior pudimos ver la imagen de Borges con más detalle: la luz le llega desde la izquierda, lleva una corbata a rayas que está bastante torcida, la camisa blanca deja ver las extravagantes puntas aladas a la usanza de la época, el paltó se halla separado del cuello, la mano izquierda luce como agarrotada sobre una superficie, como si estuviera manipulando un mouse de computadora (que tardaría todavía muchos años en llegar), y por detrás se pueden observar libros en un anaquel. El grueso tomo congrega los siguientes libros: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno de San Martín, Evaristo Carriego, Discusión, Historia universal de la infamia, Historia de la eternidad, Ficciones, El Aleph, Otras inquisiciones, El hacedor, El otro, el mismo, Para las seis cuerdas, Elogio de la sombra, El informe de Brodie y El oro de los tigres.

Al llegar a la casa mi esposa estampa en la página de guarda una hermosa dedicatoria, que eterniza aquél día y hace de este magnífico tomo un regalo que he apreciado desde entonces al unirse a una emoción y a un profundo sentimiento. No me canso de afirmar que me hice borgeano por amor, y lo sigo siendo, porque siempre regreso al gran autor y al tomo de aquel entonces, que luce fatigado, para usar un vocablo propio de Borges, a pesar de haber atesorado años después otras versiones de las Obras Completas, que se hicieron necesarias por la aparición de nuevos escritos, así como por los denominados “textos recobrados”, que aumentaron ostensiblemente las primeras tentativas en vida del autor. Llegaron a mi vida las Obras Completas editadas por RBA – Instituto Cervantes en dos tomos en el año 2005, así como una versión de Planeta en cuatro tomos y estuche de 2008.

Borges es Borges. Tal vez suene a lugar común, pero la expresión conjuga su esencialidad, su fina originalidad, su poder de seducción, los intrincados caminos en prosa (me concentraré en ella) que nos llevan por mundos ignotos jamás explorados por otros narradores. Si bien sus cuentos son perfectos desde la técnica, amasan diversidad de elementos que los hacen únicos: intelecto y erudición (demasiados, diría yo), profusa fantasía, historia, obsesiones (el tiempo, la muerte, la eternidad, el universo), acertijos, la cábala, la realidad como sueño, el desvarío, símbolos (laberintos, la rosa, espejos, bibliotecas, números, tigres), la mitología griega, la antinomia, la cosmogonía, el ocultismo, el coraje y la valentía, la ambivalencia del existir, y todo aquello que nos muestra un mundo en el que todo es posible, incluso la vasta cultura libresca como leitmotiv de la creación literaria (la autarquía propia de su propuesta estética).

Borges es universal porque sus textos hablan desde la pluridimensionalidad del Ser, desde la perspectiva de diversas aristas que se entrecruzan para hacer de sus textos lecturas del disfrute y del asombro. Borges le habla, no al argentino o al latinoamericano, sino que se empina sobre su realidad y otea mucho más allá de sus fronteras naturales, para hacerse consustancial con lo humano, con aquello que lo inquieta y mueve, con lo que subyace en su interioridad y lo hace desde un mensaje encriptado cuya clave está en manos de cada autor, de allí que su obra jamás sea de grandes masas, ni la más vendida, sino que se hace esencial en grupos de iniciados cuyos espectros se expanden hasta alcanzar nuevas fronteras. A Borges lo citan miles, pero esos miles de seguro no lo han leído (o de manera superficial), sólo que su halo y su brillo son tan generosos e inmensos, que dan hasta para ser citado desde lo que otros leyeron. Lo mismo pasa con Don Quijote, o con el Ulises de Joyce, y esto hay que decirlo sin rubor.

rigilo99@gmail.com

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