22 de noviembre de 2024 12:29 PM

Linda D’Ambrosio: Como las gárgolas

Se espera que la catedral de Notre Dame reabra sus puertas en diciembre de 2024, tras varios años de trabajo para reparar los daños que ocasionó el incendio acaecido en 2019.

No es la primera vez que el edificio se ve modificado: su construcción se inició en 1163 y se concluyó en 1344, tras haber sido consagrado en 1182. Durante la Revolución Francesa sufrió severos daños, que se procuró restaurar a mediados del siglo XIX.

Fue entonces cuando el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc añadió las cincuenta y cuatro gárgolas que se alzaban contra el cielo parisién, y que durante la restauración han sido recreadas a partir de las fotografías existentes para reponer las que habían sido pasto de las llamas.

Las gárgolas, al igual que las quimeras, son figuras monstruosas que proliferaron durante la Edad Media como parte de la ornamentación de las iglesias de ese período. Sin embargo, tienen un rol funcional: mantener lejos de los muros el agua evacuada desde los tejados, para prevenir posibles daños.

Estas figuras deben su nombre al legendario Gargouille, un dragón que habría aterrorizado a los habitantes de la ciudad de Ruan en el siglo VII, y del que se dice que fue testigo de la quema de Juana de Arco. Capturado, fue empalado frente a una iglesia para simbolizar la victoria de la religión sobre el mal. Posiblemente de allí viene la tradición de emplear este tipo de elementos grotescos que pretendían proteger el templo, asustar a los pecadores y servir de advertencia a los devotos.

La Catedral sirve como escenario a la obra de Víctor Hugo, El jorobado de Notre Dame que, llevada al cine por Disney en una versión de dibujos animados , y con una extraordinaria banda sonora creada por Alan Menken, recurre a las gárgolas para encarnar a los tres personajes que actúan como consejeros y cómplices del protagonista: Quasimodo.

Víctor, Hugo y Laverne son los nombres de las tres gárgolas que ofrecen compañía al Jorobado. Laverne, por contraste a sus atolondrados compañeros, representa la sensatez y asume un rol, si se quiere, maternal. Llegado cierto punto, ella sentencia con lucidez: “La vida no es un deporte de espectadores”.

Esta frase, que hizo célebre el primer beisbolista negro en ingresar a las Ligas Mayores de Béisbol, Jackie Robinson, entraña una monición que el propio deportista distinguía: “Si vas a pasar toda tu vida en la tribuna nada más mirando lo que pasa, en mi opinión, la estás desperdiciando”.

¿Cuán a menudo permanecemos impávidos, como gárgolas de piedra, en lugar de actuar para aproximarnos al estado de vida que deseamos? Con frecuencia son acciones lo que media entre un estado inicial, entre anhelante y conforme, y un resultado satisfactorio.

Me refiero a que, en ocasiones, hay cosas que ni siquiera nos planteamos alcanzar o ser, encarrilados como estamos en el alienante programa que la sociedad ha prefigurado para nosotros.

Uno de los más impactantes efectos de la pandemia a nivel doméstico fue la reconversión profesional que sobrevino masivamente cuando la gente, embalada habitualmente en su rutina, se detuvo y atisbó que había otra manera de vivir, y hasta tuvo acceso a contenidos novedosos a través de internet, descubriendo nuevas pasiones.

Hay que hacer tiempo para lo importante, para revisar periódicamente nuestro nivel de satisfacción y darnos la oportunidad de introducir cambios en nuestras vidas, de experimentar nuevas situaciones que nos hagan crecer, y de tener nuevas vivencias y conocimientos que nos enriquezcan (y que nos hagan más útiles).

No tenemos por qué limitarnos a contemplar lo que sucede, inmóviles y ceñudos, porque siempre hay tiempo para efectuar cambios y porque no estamos sembrados en la piedra, como las gárgolas.

linda.dambrosiom@gmail.com

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