22 de noviembre de 2024 9:15 AM

Claudio Fermín: La pretendida banalidad del bloqueo

La confrontación extrema marcó la política venezolana. Expropiaciones arbitrarias en lo agropecuario e industrial; cierres de medios de comunicación; persecución a la propiedad; por parte del gobierno. Golpes de Estado, atentados y conspiraciones, por parte de una oposición bien orquestada. Inhabilitación de partidos y presos políticos, desde un extremo. Asociación con potencias extranjeras y conspiración internacional desde el otro extremo. Transgresiones continuas a la Constitución Nacional desde el poder. Acciones violentas de desestabilización desde una oposición, que, al accionar de esa manera aparecía en el imaginario popular como la “verdadera oposición”. En verdad, no era la antítesis del gobierno. Se trataba de la continuación de la violencia desde la otra acera.

Ha sido contraparte perfecta, la pieza faltante del rompecabezas, para que el país se hundiera en odios cuidadosamente cultivados, en una oscura conflictividad que ha llevado a desinversiones, parálisis y estancamiento de la economía, aumento de la pobreza y extinción de calidad de vida en las más anchas franjas de la población nacional. Miseria extendida que se expresa, aunque escondan estadísticas y cuentas nacionales, en millones de emigrantes, en oleadas de venezolanos que huyen en estampida de la condena a la pobreza.

Ese es el mecanismo de acción y reacción que fueron tomando el autoritarismo y el golpismo. El uno decía hacer todo lo que hizo en nombre de la revolución. Para los otros, violencia y desestabilización eran armas del mismo tenor. Tenían la convicción que con esos procedimientos depondrían al gobierno. Fallaron con el golpe de Estado encabezado por Pedro Carmona, con la rebelión militar de la Plaza Altamira y con el paro petrolero el año 2002. A partir del 2005 promovieron una y otra vez la abstención bajo la premisa de que el absentismo electoral deslegitimaría al gobierno y terminaron alejando a los electores de las urnas, lo que garantizó el continuismo chavista. Fallaron con intentos de implosión social y callejera como guarimbas, “la salida”, conspiraciones diversas, golpes de Estado, frustradas invasiones y atentados. Otro intento de esta naturaleza fue el supuesto interinato de Guaidó, usado por potencias extranjeras para desconocer al gobierno de Maduro en un golpe de Estado desde afuera, pero que no logró materializarse internamente, aunque sus acciones causaran graves perjuicios al país. Este tortuoso recorrido del modelo de cambio violento ha confirmado que los atajos son el camino más largo.

La última de esas acciones ha sido el bloqueo económico, compendio de sanciones que han sido impuestas contra Venezuela bajo la estrategia del agravamiento de la crisis. Esta tesis indica que, sometiendo al gobierno a asfixia económica, impidiéndole ingresos, perderá la capacidad de respuesta ante las demandas de la población que, indignada, se levantaría contra el gobierno y lo depondría. Después de siete años de intenso bloqueo económico se cumplieron todas las premisas de esa estrategia, menos la de tumbar al gobierno. El país cuenta con menos ingresos y la población con menos respuestas. La miseria se ha extendido y a ese ritmo se ha potenciado la emigración a otras tierras. La pobreza y el deterioro de la calidad de vida es el día a día. El gobierno sólo depende de más ingresos y es incapaz de un cambio estructural en el funcionamiento del Estado para enfrentar nuestras carencias del pre y post bloqueo.

El bloqueo ha alcanzado un alto grado de ideologización, o reeducación de sus seguidores, quienes repiten a pies juntillas las consignas que les instruyen desde el G4. Sostienen que las sanciones económicas han sido beneficiosas porque han impedido que el gobierno se robe lo que iba a entrar, aunque sin desparpajo alguno sigan reclamando aumento de salarios, agua en los barrios, dotación para los hospitales y soluciones inmediatas para los frecuentes apagones en todo el país. Claro, no se detienen a explicar que para resolver tales desafíos son necesarios los ingresos que el bloqueo niega. Los problemas se agravan y el presupuesto nacional apenas llega a once mil millones de dólares, mientras era de sesenta mil millones de dólares para 2017, hace siete años, cuando el bloqueo arreció en todas sus formas.

Asumen un discurso comparativo y sacan cuenta del severo daño que la corrupción le ha causado al país, llegando a la conclusión de que el Plan Bolívar 2000; CADIVI; las obras canceladas, pero no construidas; las escandalosas operaciones de venta de hidrocarburos recientemente reportadas como nunca ingresadas al Tesoro Nacional; en fin, todas esas corruptelas, según sus cuentas, han llegado a montantes mayores que lo que ha dejado de ingresar por el bloqueo, por lo que, en sus conclusiones el culpable de nuestra tragedia es la corrupción. Curioso cuerpo ético este que tapa un grave crimen contra el país con otros crímenes a los que considera peores. Ambas acciones, corrupción y bloqueo, son repugnantes y atentan contra el bienestar y la dignidad nacionales. Pero el discurso de la polarización extrema evita ese enfoque. El gobierno cree acabar con la corrupción encarcelando a unos cuantos delincuentes, aunque continúen los mismos procedimientos y la Contraloría tutelada por los controlados siga en pie. Y los promotores del bloqueo, los que asfixian económicamente a Venezuela, se creen exonerados porque los graves hechos de corrupción les permite mostrar “otros culpables”.

Al declarar inocente al bloqueo económico, no dejan de advertir que quien ose enfrentar el bloqueo será declarado por la jauría de turno como colaboracionista, vendido y entregado al gobierno, de la misma manera que crearon ese paredón de fusilamiento para quienes llamaron a votar porque ellos reclamaban abstención y para quienes dialogaran con el contrario, porque ellos exigían guerra a muerte… hasta que se sentaron a dialogar de nuevo en México y a prepararse otra vez para las elecciones.

claudioefm@gmail.com

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