El Estado venezolano ha sufrido en estos cinco lustros un inclemente proceso de destrucción. Tanto por sus fundamentos jurídicos, comenzando por la Constitución, como por el desorden de la administración, la recentralización desorganizada, la erosión de las instituciones y el pavoroso crecimiento de la corrupción, para señalar solo expresiones protuberantes de la destrucción del Estado y el abandono del sentido de lo público, la esencia de la “res pública” y los valores que forman parte de su ser, nos obligan a reflexionar sobre su necesaria reestructuración, con el propósito de hacerlo legítimo, funcional, gobernable y con capacidad de gobernanza para adaptarse eficazmente a su entorno, tanto dentro de nuestra comunidad nacional como en el mundo cambiante de la globalización y el orden internacional.
No basta volver al pasado para encontrar experiencias exitosas sobre el tema, que sin duda las hay; más bien el reto está en proponer alternativas novedosas de cambio político y administrativo a la nueva situación, consecuencia de los cambios de toda índole que en estos ya largos años de atraso se han experimentado en diversos ámbitos, y de manera especial en lo científico y tecnológico. Para empezar el Estado debe reducirse, dejar de ser ese ogro filantrópico del cual alguna vez habló Octavio Paz, y abandonar un sinnúmero de tareas que hizo mal o sencillamente no hizo, bajo el paraguas del capitalismo de Estado y las desastrosas empresas públicas que desangraron el erario público por ya bastantes años. No hay que tenerle miedo a los conceptos, por el contrario deben revalorizarse y utilizarse en la nueva realidad a construir. Me refiero a lo que los anglosajones llaman “devolución”, el regreso a la sociedad civil de un sinfín de actividades de las cuales se expropió el Estado para realizarlas mal y por añadidura estimular la corrupción. Menos Estado y más mercado es la consigna de los tiempos de la Venezuela por venir. Debemos pasar del exclusivo Estado de Bienestar (que en Venezuela no pasó de ser en alguna medida un programa político) a una Sociedad de Bienestar, gracias a imaginativas formas de colaboración, donde el reino de lo público no se abandona, sino más bien se redefine en un relacionamiento con la sociedad civil, donde sus organizaciones se imbrican con el Estado, dejando de ser lo público un concepto unido exclusivamente al Estado; en otras palabras debemos apostar por una estatalidad distinta a la exclusiva y excluyente que ha predominado hasta nuestros días.
Un Estado redefinido y reestructurado es una tarea pendiente que sin complejos ni apego a ideas periclitadas debe asumir la nueva generación de venezolanos, que pasada, ¡como pasará!, la tragedia que nos aflige, no abrigo dudas que le tocará afrontar. En suma, pensar el Estado funcional al mejor futuro de nuestra alicaída República, apegado a nuestros valores fundamentales de libertad, democracia y solidaridad, constituye una obligación intelectual que sería insensato eludir, so pena de reincidir en los vicios y errores que tanto daño han infligido al ser nacional.
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