Mientras el poder establecido continúe, con todas sus implicaciones políticas, económicas y sociales, cada una más destructiva que la otra, el país no podrá cambiar para bien. Eso lo sabe la abrumadora mayoría de la población, y además lo padece con creciente intensidad.
Ser imparcial o neutral ante esta realidad, equivale a cooperar con el poder establecido. Jugar su juego. Y algo parecido puede afirmarse de los que se oponen formalmente al poder, pero terminan en sus periferias, por causa de errores básicos y también por complicidades habilidosas.
Es muy difícil discernir las ambigüedades de discursos que piden cambio, pero que lo encarecen con posiciones ilusorias. La retórica y la práctica de la hegemonía es fácil de captar: continuar por las malas o las peores, a costa de lo que sea…
Esta función, por así llamarla, no debe continuar. Debe ser superada. ¿Cómo? Por los medios que consagra y exige la Constitución formalmente vigente, y la vinculación estrecha entre el rechazo social y la lucha politica.
¿Se trata de un camino sencillo? Obvio que no. Pero debemos hacer un esfuerzo mucho mayor para abrir ese camino, recorrerlo y darle esperanza y futuro digno a nuestra patria.
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