La modernidad terminó en el más profundo desencanto del hombre, sumiéndonos en el sin sentido. El ser optimista y agitado ha dejado paso a un escéptico sin norma. Ya no se le pregunta a nadie o, dicho de otra forma, la pregunta es formulada a nadie.
Los sistemas políticos están cuajados de incertidumbres con un alejamiento casi asqueado de las grandes masas. Todo parece inclinarse hacia una dualidad, desde la economía hasta la política, en medio de ruptura de viejas creencias. Si muchas de estas consideraciones podemos pergeñar en el terreno de lo denominado “interés público”, es en el terreno personal del hombre donde los sin sentido predominan. El día a día parece ser el esbozo de norma. Como no se cree en nada, menos en lo colectivo y en los políticos, resurge una vieja enfermedad: el individualismo exacerbado.
Para proclamar la muerte de la angustia, como lo hace Gilles Lipovetsky, realmente hay que recurrir a la afirmación de que estamos caracterizando, tomando como guía, un total abandono del saber. Mientras menos sabemos, menos nos angustiamos, ecuación simple y patética. Lo que estamos viendo es la imposición de un sistema de “vida” donde es posible estar sin objetivo y sin sentido. Mientras más grande es la indiferencia más fuerte es el rechazo del conocimiento. Mal podemos hablar de libertad suministrada por la oferta manipuladora cuando tenemos a un hombre a punto de no sentir nada, a no ser la necesidad inducida de mirarse al agua para verificar si tiene lo que se le ha ofrecido.
Las entelequias presiden. Se trata de un reconocimiento del presente. La única noticia es que el nuevo límite del hombre es la velocidad de la luz, es decir, la velocidad con que recibimos la información, no los sucesos en sí. La información es el hecho mismo que nos acontece, basta con la Inteligencia Artificial y olvidemos esa complicada tarea de ejercer lo humano, tarea que cansa si a ver vamos al pequeño respingo de la política. Virilio dijo que si a usted lo que le preocupa es que los días pasan, pues deje de preocuparse, que pronto dejarán de pasar. Habría que corregir, ahora lo que preocupa es que no pasan.
La verdad, como la definió Derrida, una «certeza provisoria». Ahora el engaño es una certeza establecida.
@tlopezmelendez
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