25 de noviembre de 2024 2:44 PM

Ricardo Gil Otaiza: Médico del alma

Resulta grato reunirse con amigos, recoger los pasos perdidos y en un par de horas de grata conversación, con un café en la mano, estar al día y cerrar la brecha que deja el paso del tiempo, entablar una diáfana plática sin que haya ansias de rebatir, o de imponerse: de sacar el mayor provecho intelectual y llevar la voz cantante, implantar los criterios, o dejar por sentado nuestro parecer o pensamiento y quedar al final de la mañana con más ansias que disfrute.

Nada de eso, ya no pierdo mi tiempo en este ejercicio del intelecto y del ego, y cuando quedo a verme con alguien es porque deseo dialogar, compartir, conjuntar viejas anécdotas y traer al presente la amistad y ponerla de nuevo sobre la mesa, reavivar la empatía y el cariño, manifestar a la otra persona que a pesar del paso de los años hay todavía ese hilo sutil que nos ata, que nos ha hecho reencontrar, que ha servido de excusa para intentar vivir un momento inolvidable.

El martes de la semana pasada me reuní en una céntrica librería-café de Mérida con el viejo amigo, merideño y escritor también, Luis Enrique Izaguirre Ramírez, y no pudo ser más grata aquella mañana: hablamos de mil cosas, recordamos viejos episodios y anécdotas, auscultamos el signo de los tiempos sin que ello implicara caer en los pedregosos territorios de las verdades irrefutables y del dogmatismo a ultranza, sino como paisanos amantes de la lectura y de los libros, apasionados por autores comunes, asombrados frente al inexorable paso del tiempo, dispuestos a seguir transitando la vida con esperanza.

Intercambiamos libros de nuestra autoría: él me entregó su tomo José Gregorio Hernández Cisneros. Médico del alma, editado por el Archivo Arquidiocesano de Mérida (Arquidiócesis de Mérida) en el 2019, y yo le hice entrega de los dos tomos de mi obra En el tintero, publicados por las Ediciones del Rectorado de la Universidad de Los Andes en el 2004. Sabemos que cuando se está en gratísima compañía el tiempo pasa volando, por lo que en un parpadeo, en pleno mediodía, tuvimos que decirnos adiós con la promesa de un futuro reencuentro.

Cuatro días después recibí un mensaje de mi amigo por Messeger, en el que me anunciaba que había terminado de leer el primer volumen de mi obra (de cuatrocientas cincuenta y nueve páginas), y en el que me da su parecer en torno de la lectura, y me quedé estupefacto: si yo hasta ahora me había preciado de ser un lector disciplinado, hallé la horma de mi zapato, pues encontré a un colega y amigo que asume su tarea lectora con tanta fuerza y gallardía, que me tomó por sorpresa a mitad de camino en la lectura de su obra, y eso fue grato saberlo.

Aceleré mi propio proceso y terminé de leer su biografía novelada en torno de la insigne figura del hoy Beato Dr. José Gregorio Hernández, y quedé impactado, no solo por la ingente documentación a la que accedió mi amigo para develar ante el lector detalles hasta ahora desconocidos (por lo menos para mí) del personaje, sino por lo sutil de su prosa, por las imágenes que deja en nuestra mente que nos acercan a la gran tradición familiar de la Venezuela decimonónica y de los primeros años del siglo XX, por acercarse sin grandilocuencia, sino con mucha sencillez, a una figura emblemática de nuestro país y de América Latina, que se hizo consustancial en el alma popular y ha quedado guardada en nuestros afectos y emociones por amalgamar lo humano y lo divino en una misma esencia.

Izaguirre ha escrito un libro hermoso, y con gran talento ha sabido dosificar sus páginas (doscientas diez), para dedicar la primera parte a los prolegómenos y al entorno del personaje: la familia desde los tiempos de sus ancestros, el ámbito del país rural, el Isnotú de aquellos tiempos, la infancia y el José Gregorio volantón cuya mirada se abría al mundo.

En la segunda parte hallamos las etapas del colegio y la universidad, su lucidez descollante siendo apenas un joven, el enorme talento intelectual y artístico que lleva José Gregorio a resaltar en la clase, a aprender idiomas, a tocar instrumentos musicales (piano y violín), además su partida a Europa, específicamente a París para mejorar su formación en diversas áreas de la medicina (Histología, Patología, Bacteriología, Fisiología Experimental y Microscopía), su posterior viaje a Berlín, su paso por Madrid para ser recibido por Santiago Ramón y Cajal de la Universidad Central de Madrid, y su regreso a Venezuela.

No se olvida Izaguirre de otros importantes aspectos: el paso de José Gregorio por la Cartuja de Farneta, su retorno otra vez al país, y luego los años finales dedicados a la docencia en la Universidad Central de Venezuela y su trabajo como médico, su pasión por los pobres, su desprendimiento dinerario, sus incursiones literarias, filosóficas y pictóricas, sus gustos culinarios, su relación con el sabio Rafael Rangel y el triste final de éste y, obviamente, los hechos que desencadenaron el accidente en el que nuestro personaje perdiera la vida aquel fatídico domingo 29 de junio de 1919.

El libro de Luis Izaguirre es historia fabulada (si nos atenemos al concepto dado por Francisco Herrera Luque), y si bien cuando ficcionamos personajes y hechos reales los convertimos en materia de ficción, la recreación que nos presenta el autor enriquece la mirada y la hace conteste con la pasión que sentimos por este gran médico del alma.

rigilo99@gmail.com

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