El hombre que lo había conseguido todo no pudo con la nada, con ese vacío en el que caería muy pronto. Cada día, a cada hora, Maurice Gibb tendría que enfrentar las consecuencias de la fiebre del sábado por la noche. Y perdería, varios días, muchas horas. “Nadie me muestra la luz. Estoy cansado de la batalla, pero recién empecé a pelear”, cantaría en “Man in the middle”, el hermano del medio de los hermanos Gibb, aquellos que crearon los Bee Gees. El cielo y el infierno de Maurice.
A primera vista Barry, el mayor de los Gibb, fue el indiscutido líder de los Bee Gees, el responsable del falsetto que caracterizó a la banda en su etapa más popular y el principal compositor. Luego, aparece Robin segundo cantante y reconocible en clips y actuaciones en vivo por sus anteojos azulados. El tercer lugar lo ocupa Maurice, Mo para sus hermanos y amigos, el líder silencioso, el cerebro musical, el multiinstrumentista y el mediador de egos, una especie de George Harrison de los Gibb. Ese que ocultaba bajo su sombrero, su sonrisa y su calma casi zen, una vida de excesos y bohemia que le cobraría pronto factura.
En 1955, los Gibb volvieron a Manchester. Con el tiempo llegó Andy, el menor, y allí empezó el mundo real para Maurice. La música estaba en la familia: además de buscavidas, papá era baterista y lideraba una orquesta y mamá oficiaba de corista. La música fue entonces su juego favorito, su compañera de vida, el pacto de sangre que hicieron Barry y Robin hasta que los separó la muerte.
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