Con la enorme diáspora venezolana que se ha dispersado por todo el planeta, nuestras tradiciones más representativas se han hecho presentes y reconocida en los rincones menos imaginados del mundo.
Venezuela es muchas cosas para mucha gente. Algunos definen a nuestro país como carne en vara con yuca y Simón Díaz, hallacas y la Billo’s, o empanadas con malta y una buena gaita. Y todo eso se ha ido en la mochila de quienes han emprendido el largo viaje de la migración.
Este es un fenómeno que se hace sentir especialmente en fechas navideñas, cuando la nostalgia por el país, sus costumbres y su gente aprietan más a quienes están lejos. Volver a hacer lo que siempre han hecho, los hace sentirse más cerca, especialmente de los afectos que ya no están.
Por ejemplo, el “Concurso La Mejor Hallaca de Madrid” se celebró el pasado 11 de diciembre en la sede de la Asociación Acción Triángulo en el madrileño barrio de Lavapiés. Se ha celebrado por once años consecutivos, con la organización de la emprendedora venezolana Eugenia Adam, en medio de un festival que reúne comida venezolana, música y rifas.
No es raro que el perfil de Instagram “Hallacas Argentina” ofrezca nuestro manjar decembrino en Buenos Aires, o que el restaurante Cilantro y Ajo venda el plato navideño tradicional venezolano en la norteña ciudad de Pittsburgh, en Pensilvania; mientras las colas por el pan de jamón desbordan a Moisés Bakery en Miami Beach. En Filadelfia está Bachaco’s Grill y pleno Londres se pueden encontrar los restaurantes Liqui Liqui o Arepa & Co.
Desde finales de noviembre se siente la gaita en la población de Doral, al oeste de Miami en Estados Unidos, donde reside la mayor colonia venezolana en el país norteño. Doral Yard en Downtown Doral se ha convertido en uno de los sitios de encuentro para disfrutar la música navideña venezolana, que ofrece numerosas ofertas en otros establecimientos de la ciudad.
Lo más emocionante de todo esto no es solamente que nuestros compatriotas puedan degustar el sabor del terruño en la lejanía del exilio, forzado o elegido; sino también que los lugareños, junto con inmigrantes de otras latitudes, se acerquen con curiosidad a disfrutar tanto los platos como los ritmos venezolanos y terminen enamorados de lo nuestro.
Sin embargo, más allá del orgullo por la expansión de nuestras costumbres a lo largo y ancho del mundo, esta situación también arrastra un profundo dolor y es la certeza de que esta popularidad y este éxito de nuestras costumbres en lugares tan distantes, se debe a quienes se fueron, muchos de quienes no regresarán.
Para octubre de este año se reconocían más de 7 millones de personas migrantes de Venezuela en todo el mundo, según las estadísticas oficiales reportadas por los países de acogida y citadas por la Agencia de las Naciones Unidas para Refugiados, Acnur. Más de 80% han sido acogidas en 17 países de América Latina y el Caribe.
Es duro abordarlo en esta época del año, pero lo cierto es que este cuadro nos pinta el estrepitoso y cruel fracaso de un proyecto político equivocado y tercamente impuesto, cuya suma de errores ha desembocado en la salida del país de uno de cada cinco venezolanos.
Mientras usted lee estas líneas, un emprendedor venezolano abre su establecimiento en algún lugar del mundo, para ofrecer nuestras arepas, empanadas y tequeños a los pobladores locales.
Mientras usted continúa leyendo, algún artista criollo entona nuestras melodías y es aplaudido en algún lugar tan inimaginable como remoto.
No podemos dejar de alegrarnos por los triunfos de nuestros compatriotas y por el prestigio que aportan a nuestro tricolor con su trabajo; pero tampoco podemos dejar de decir que sí hacen falta aquí.
La fuga de talento, de materia gris, de mano de obra, es la más dolorosa consecuencia de la equivocación histórica que hoy transita Venezuela.
Son millones de paisanos que están aportando su esfuerzo, conocimiento e ingenio para el desarrollo de otras tierras y que son tremendamente necesarios y terriblemente extrañados aquí, especialmente en época decembrina.
Quienes nos quedamos tenemos que reafirmar que todos estos talentos que han esparcido la venezolanidad por el mundo tienen su lugar aquí.
Debemos trabajar por el encauzamiento de esta nación hacia los destinos que nos merecemos y llamarlos para que regresen, para que se reúnan con los afectos que los esperan y contribuyan con su conocimiento y su acción a que algún día dejemos atrás estos años oscuros y desperdiciados.
Es válido y necesario soñar que, en el nuevo año, sentaremos las bases para que esa enorme masa de embajadores de la venezolanidad regrese a su tierra, y que el amor que sienten por lo suyo pueda germinar aquí, a donde realmente pertenecen.
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